las gallinas de las fieras. Vigilaba la casa para que no entraran ladrones. Pero ahora sus patas viejas se habÃan puesto tan adoloridas que lo único que hacÃa era echarse junto a la puerta y dormir.
Los dueños del perro eran muy pobres. Les era difÃcil sacar lo suficiente de la granjita para alimentarse. Y, por supuesto, dar de comer al perro era gasto adicional. Además, ahora tenÃan un nuevo bebé, lo que aumentarÃa sus gastos. Asà que un dÃa, cuando salÃan de la casa para ir a trabajar en sus campos, la mujer le dijo a su marido: â¿Por qué nos quedamos con ese perro viejo? No hace más que dormir todo el dÃa.
El esposo dijo: âTienes razón. No podemos mantener un perro que no trabaja. Este domingo lo llevo al monte y lo despacho.
El perro viejo oyó lo que decÃan y decidió fugarse de la granja. Tan pronto se fueron sus dueños se esforzó por levantarse y se fue entre las lomitas. Caminó sollozando suavemente, con la cabeza agachada.
Luego, desde debajo de un piñón alguien le habló: âOye, perro âdijo la vozâ, ¿por qué andas tan triste?
Era el viejo enemigo del perro, el coyote. A través de los años habÃan batallado mucho, el coyote intentando robarse gallinas y el perro empeñado en que no lo hiciera. Pero ahora, cuando el perro oyó a alguien hablarle con voz amable, no pudo aguantar las lágrimas.
âAaaauuu âlloróâ. ¡Me van a matar!
El coyote quedó sorprendidoâ. ¿Por qué van a hacer eso, perro?
âDicen que soy muy viejo. Dicen que ya no puedo trabajar.
âBueno âdijo el coyoteâ, he visto que ya no cuidas bien a las gallinas. Es por eso que ya no robo en tu granja. No es divertido si nadie me persigue. Pero no podemos dejar que te fusilen. Ah, ya sé qué vamos a hacer. âY el coyote le desplegó un plan.
El perro corrió lentamente al campo donde sus dueños estaban trabajando. HabÃan dejado a su bebé dormido en la sombra bajo una mata al borde del campo, y el perro se acostó cerca de donde estaba la nena.
De repente, el coyote salió corriendo del matorral. Con los dientes levantó a la bebé por la cobija en que estaba envuelta y luego desapareció entre los árboles. La mujer soltó un grito y se desmayó. El hombre tiró el azadón y atravesó el campo corriendo. El perro viejo corrió detrás del coyote, gruñendo y ladrando.
Tan pronto llegó entre los árboles, el perro encontró al bebé acostado en la tierra. El coyote lo habÃa dejado ahÃ, asà como dijo que iba a hacer. El perro viejo tomó la cobija de la nena en los dientes y la entregó a su papá.
â¡Buen perro! âdijo el hombreâ. Salvaste la vida a nuestra hija. âAbrazó y acarició al perro.
Cuando la mujer volvió en sà y supo lo sucedido, dijo: â¿Cómo podrÃamos pensar en destruir a este perro, sólo porque come unos centavitos en sobras de la mesa cada dÃa? Debiera comer lo mismo que nosotros.
âTienes razón âdijo el hombreâ. De hoy en adelante este perro no va a comer sobras. Se va a sentar a la mesa y comer igual que nosotros.
A partir de aquel dÃa, en cada comida, ponÃan un plato en la mesa para el perro, que se sentaba en una silla y comÃa con sus amos. Cuando los vecinos pasaban por la casa y veÃan eso, se burlaban del granjero: â¿Cuándo se ha visto que un perro se siente a la mesa en la cena? âdecÃan.
Pero el hombre les decÃa: âEste perro salvó a nuestra nena de un coyote que la habÃa raptado. Mientras siga vivo, puede comer en la mesa con nosotros.
Por supuesto que el perro disfrutaba de su nueva manera de vivir. Y siempre pensaba en cómo recompensar al coyote. Cuando llegó el momento para bautizar a la criatura, vio su oportunidad. Cuando toda la gente estaba en la iglesia para